Cuando un hombre como Guillén -de amplia cultura, natural reflexivo y conciencia afirmativa- descubre su destino lírico, la sorpresa inicial da paso, muy lentamente, a la configuración del propio mundo poético. Una organización laboriosa que, en su caso, asimila sin rupturas el pasado y valora las innovaciones que se producen en el pensamiento y estética europeos de principios de siglo. Fenómenos éstos que él vive apasionadamente a partir de 1910.