Pocos diarios se han jactado tanto como El País de su espíritu progresista. Sin embargo, desde sus páginas se ha venido promoviendo sin rubor una industria cultural propia del neoliberalismo más salvaje que convierte el libro en mero producto de consumo. Buscando un mercado cada vez mayor y más homogeneizado, y mediante el uso abusivo del marketing, el aparato empresarial creado aldedor de este diario ha convertido a sus colaboradores en vedettes, ha hecho retroceder la novela a tiempos pregaldosianos y ha sometido a la cultura en el Estado español, y especialmente a la literatura, a un proceso de involución imparable.