La imagen sencilla y complaciente del jardín de tu niñez. La tranquilidad de la casa. Aquel pozo clavado en tierra donde la yerbabuena era surgidera y sabían a incienso y a saprofito los crepúsculos en tu memoria. La luz. Esa misma luz, perpleja y libertina —aun cuando la lluvia no cesara—, acabará atravesando la realidad velada de la lluvia.